Podría decirse de Skyfall que es una aventura introspectiva, un adentramiento endoscópico al personaje de James Bond y a la tradición cinematográfica sostenida sobre sus hombros. Es la película de Bond que ahonda en sí misma y en sus orígenes.
Es tanto estructural como geográfico: el plano narrativo y el espacial están enlazados en un mutuo espiral hacia el interior. Skyfall modera el frenesí trotamundos sello de la franquicia (sólo ubicado al principio de la película, en un par de locaciones exóticas) para concentrarse en los barrios cívicos de Londres, culminando su fuga hacia adentro en el punto cero definitivo: el hogar de origen de un protagonista caracterizado por su hermetismo.
Es una cinta meta-Bond, en que los mecanismos de la fórmula son desmontados y sometidos a revisión. Justamente lo que sucede cuando el MI6 hace pasar a Bond (resucitado tras unos meses de farra en el medio oriente) por una revisión técnica que el agente falla.
Sam Mendes y compañía revientan la burbuja de la fantasía de espionaje con la intención de rearmar el sistema a partir de aquellos elementos clásicos (del cine de los sesenta y del trabajo literario de Ian Fleming) que sí siguen funcionando hoy. Skyfall es reestructuración. Conceptos como la resucitación, la transformación y la posibilidad de enfrentarse a la obsolescencia tiñen cada cuadro de la película.
El proyecto destaca por una serie de decisiones inteligentes de este tipo: clave es el concepto de que James Bond y Raoul Silva (el antagonista: un teatral y sofisticado Javier Bardem) comparten una hermandad bajo esta misma figura materna de autoridad que es “M”, por la que ambos han sido traicionados. La película trabaja en base a este esquema y explota a las mil maravillas las dinámicas del triángulo familiar y la mismísima idea de M -un personaje originalmente masculino- como madre severa. Judi Dench lleva interpretando el papel majestuosamente desde Goldeneye (1995) y en Skyfall, su despedida, los guionistas optaron por trabajar las posibilidades de su relación con Bond hasta bastante más allá de lo acostumbrado.
Es tanto estructural como geográfico: el plano narrativo y el espacial están enlazados en un mutuo espiral hacia el interior. Skyfall modera el frenesí trotamundos sello de la franquicia (sólo ubicado al principio de la película, en un par de locaciones exóticas) para concentrarse en los barrios cívicos de Londres, culminando su fuga hacia adentro en el punto cero definitivo: el hogar de origen de un protagonista caracterizado por su hermetismo.
Es una cinta meta-Bond, en que los mecanismos de la fórmula son desmontados y sometidos a revisión. Justamente lo que sucede cuando el MI6 hace pasar a Bond (resucitado tras unos meses de farra en el medio oriente) por una revisión técnica que el agente falla.
Sam Mendes y compañía revientan la burbuja de la fantasía de espionaje con la intención de rearmar el sistema a partir de aquellos elementos clásicos (del cine de los sesenta y del trabajo literario de Ian Fleming) que sí siguen funcionando hoy. Skyfall es reestructuración. Conceptos como la resucitación, la transformación y la posibilidad de enfrentarse a la obsolescencia tiñen cada cuadro de la película.
El proyecto destaca por una serie de decisiones inteligentes de este tipo: clave es el concepto de que James Bond y Raoul Silva (el antagonista: un teatral y sofisticado Javier Bardem) comparten una hermandad bajo esta misma figura materna de autoridad que es “M”, por la que ambos han sido traicionados. La película trabaja en base a este esquema y explota a las mil maravillas las dinámicas del triángulo familiar y la mismísima idea de M -un personaje originalmente masculino- como madre severa. Judi Dench lleva interpretando el papel majestuosamente desde Goldeneye (1995) y en Skyfall, su despedida, los guionistas optaron por trabajar las posibilidades de su relación con Bond hasta bastante más allá de lo acostumbrado.
La idea de la hermandad está reforzada por la posibilidad de una orfandad biológica mutua: M menciona en una oportunidad que los agentes más brillantes del MI6 suelen ser huérfanos. Y en otra, que Silva fue un agente particularmente brillante. Bond es huérfano. Silva muy probablemente también (o eso se deja entender). Bond y Silva son anverso y reverso de una misma cosa. Son a la vez sinónimos y antónimos.
Silva es un Bond atrofiado. Y como supervillano, uno inusual, que escapa de la vieja lógica de la Guerra Fría: pues no quiere ni destruir occidente ni el mundo, y tampoco desmoronar sistemas político-económicos (ni siquiera quiere ganar “muchísimo dinero”). Lo que quiere es vengarse de esta madre que lo condujo a meses de tortura y mutilación. Es un personaje dañado por el que es posible sentir alguna compasión, y también es el núcleo de la película: un villano individual como origen del miedo y como nueva alternativa al gran bloque político (y a sus residuos) como antagonista. Un enemigo que emerge como problema interno. Sobre él se construye lo demás. Y tal como todo en esta película, el personaje es tanto una novedad como un retorno al villano clásico de los sesenta.
Al enfrentar la posibilidad de una jubilación adelantada, M dice algo así como “no me retiraré hasta que haya realizado mi trabajo”. Judi Dench es la única constante de cada una de las cintas después de la caída del muro de Berlín (hay un vacío entre License to Kill (1989) y Goldeneye, que salió seis años después) y su trabajo, su objetivo general, vendría a ser la restitución de sentido del agente doble cero en un mundo despolarizado (precisamente de lo que trata Skyfall).
Al enfrentar la posibilidad de una jubilación adelantada, M dice algo así como “no me retiraré hasta que haya realizado mi trabajo”. Judi Dench es la única constante de cada una de las cintas después de la caída del muro de Berlín (hay un vacío entre License to Kill (1989) y Goldeneye, que salió seis años después) y su trabajo, su objetivo general, vendría a ser la restitución de sentido del agente doble cero en un mundo despolarizado (precisamente de lo que trata Skyfall).
En la propuesta hay una tensión y discusión permanente acerca de cuál es el lugar de estos mecanismos y personajes en la sociedad hoy. Bajo este prisma, sigue la línea dejada por las Batman de Christopher Nolan (Sam Mendes lo reconoce públicamente), abrazando el comentario de actualidad y dejando entrever que estos símbolos significan problemas que merecen ser pensados y repensados. Diríase que ni Nolan ni Mendes logran levantar una solución ni clara ni cuerda a estos problemas, pero la apertura a permitir filtraciones entregan una vigencia y un poder que sin ellas sería imposible obtener.
Donde Skyfall acierta y la saga de The Dark Knight falla es en su capacidad de desprendimiento. Cuando una producción se permite estos niveles presupuestarios los creativos tienden a olvidar la necesidad de recortar, de dejar cosas fuera. Skyfall tiene trazada una dirección y no la pierde: aunque la película dure dos horas, veintitrés minutos, nada sobra. Las ambiciones bíblicas de Nolan, en cambio, convierten a sus películas del hombre murciélago en máquinas caóticas con algunos momentos de iluminación, pero repletas de fugas y fallas. Son huracanes, vómitos de material crudo sin editar, que logran funcionar pese a sí mismos.
En Skyfall el trabajo es bastante más limpio y calculado. Es una película de verdad.
Película “de verdad” curiosamente delirante en su uso del product-placement. La escena en la que Bond aplasta tres VOLKSWAGEN con una retro-escavadora CATERPILLAR sobre un tren en marcha sólo tiene sentido como pornografía publicitaria. Pero esta película sería imposible sin patrocinios. Es parte de la propuesta y eso se comprende de antemano. Es más: una película de James Bond estaría incompleta sin estos comerciales internos que hace rato son también parte del sello, un elemento más de los tantos que caracterizan los filmes e incluso un área que ya permite cierta creatividad. Ocurrió una absorción del sistema.
Quizás el product-placement por excelencia en Skyfall es la propia filmografía del agente secreto. Es la película-aniversario de los cincuenta años desde Dr. No (1962) y entre otras cosas, está diseñada para vender y publicitar un pack con las 22 entregas anteriores en Blu-Ray. De ahí la aparición del Aston Martin. Y quizás de ahí también tanto retorno al clásico. Pero dios mío: que bien hecho está todo.
Es interesante como funciona el reconocimiento durante la película de los elementos iconográficos de la secuencia de inicio, que adquieren sentido solo cuando reaparecen durante el metraje, conformando una membrana de ideas visuales de las que emerge una metáfora general de Skyfall que solo se comprende retrospectivamente. Está hecho de modo formidable.
Cómo funciona recuerda más al opening de películas como The Girl with The Dragon Tatoo (y a algunas otras, pero esta viene a la mente por su extraordinaria secuencia de créditos y porque también está protagonizada por Daniel Craig) que a la tradición desarrollada por Maurice Binder (de la que de todas maneras Skyfall es tributaria).
La secuencia está concebida como un sumergimiento continuo y subacuático en el que se introducen, entre otras cosas, imágenes de catacumbas y espejos, elementos esenciales de la imaginería visual de la película (catacumbas hay tres: están las cámaras subterráneas de Winston Churchill, que es donde se traslada el MI6 para protegerse, está el metro de Londres y está el túnel subterráneo de la antigua casona escocesa).
Bond aparece herido y confundido, disparándole a multiplicaciones de su propia sombra y a su propio reflejo, en busca de un enemigo que no encuentra. Metáfora evidente de que 1) el origen del miedo se ha vuelto difuso y que 2) el enemigo, Silva, es un reflejo o una sombra del protagonista.
Cuando la cámara se hunde en la herida que Bond tiene en el hombro, vemos durante un instante un entramado de venas idéntico al mapa subterráneo de Londres, instalando el vínculo básico entre el personaje y el espacio geográfico (saltemos al momento en que Q le señala a a Bond que no conoce el metro en hora punta: no sólo lo estaría acusando de no conocer la realidad de su país por vivir en una fantasía, lo está acusando en el fondo, de no conocerse a sí mismo).
Skyfall es un back to basics. A Bond se le hace pasar por un proceso de rehabilitación: no le hacen entrega ni de lapiceros bomba ni de automóviles lanza-misiles. El ejercicio es confrontar a la realidad. La película reintroduce el alcoholismo del Bond literario y nos recuerda una y otra vez su falibilidad, su soledad y la ausencia de goce con la que vive.
Quién termina curiosamente destruyendo todo vestigio de su pasado traumático -como dudosa medida para sobrevivir- es precisamente Bond, que capaz del despojo absoluto concluye su terapia. Silva en cambio, perece precisamente por no ser capaz de dejar ir el lugar de donde nacieron sus trabas.
Aunque debiese ser una nimiedad, la falla mayor de Skyfall, el elemento que escapa de toda verosimilitud interna de la película -y da rabia, porque es una estupidez- son esos dos falsísimos dragones de Komodo que se comen a un chino en el pozo decorativo de un casino asiático. Se delata con tanta facilidad que son una fabricación computacional que es difícil comprender como mierda-es-posible-que-lo-hayan-dejado-pasar. En una película tan limpia los pequeños errores se vuelven errores monstruosos.
Esta entrega está varios peldaños por encima de Casino Royale (2006) que ya había significado un avance sustancial respecto al Bond de los noventa: le aportó brutalidad y realismo al personaje, actualizando a Bond en su propio género y aceptando por vez primera que competía contra sus propios hijos, Jack Bauer y Jason Bourne (con quienes Bond comparte iniciales). Todo mientras releía la primera de las doce novelas de Fleming.
Aunque debiese ser una nimiedad, la falla mayor de Skyfall, el elemento que escapa de toda verosimilitud interna de la película -y da rabia, porque es una estupidez- son esos dos falsísimos dragones de Komodo que se comen a un chino en el pozo decorativo de un casino asiático. Se delata con tanta facilidad que son una fabricación computacional que es difícil comprender como mierda-es-posible-que-lo-hayan-dejado-pasar. En una película tan limpia los pequeños errores se vuelven errores monstruosos.
Esta entrega está varios peldaños por encima de Casino Royale (2006) que ya había significado un avance sustancial respecto al Bond de los noventa: le aportó brutalidad y realismo al personaje, actualizando a Bond en su propio género y aceptando por vez primera que competía contra sus propios hijos, Jack Bauer y Jason Bourne (con quienes Bond comparte iniciales). Todo mientras releía la primera de las doce novelas de Fleming.
Pero sin la obra del autor británico como pie, la modernización significó una pérdida de perspectiva que en Quantum of Solace se volvió patética. James Bond empezó a parecerse mucho a Bourne, quién es en realidad su opuesto.
Pese a su excesivo estatus de superproducción Skyfall es un producto redondo que vibra y resuena por todos lados. La espectacular colección en Blu-Ray Bond 50: The Complete 22 Film Collection puede encontrarse en Amazon al conveniente precio de 130 dólares (e incluye subtítulos en español).
Disfrútela acompañado de un frío vaso de cerveza Heineken.
Heineken, Open your World.
Disfrútela acompañado de un frío vaso de cerveza Heineken.
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