Thursday, August 03, 2006

Sauriomanía (cuento finales 2005)



Se agachó y miró por el ojo de la cerradura:

Casi en la penumbra, el pterodáctilo amarillo, con las alas desplegadas, daba vueltas en circulo, sostenido por los dedos del tío, que encorvado, seguía la trayectoria del pajarraco, próximo a aterrizar.
-AAArg, aaarg!! Exclamaban las encías.

Detrás del tío, estantes, estantes, estantes, repisas, estantes, libreros y estantes atiborrados de figuritas de plástico: Dimetrodones, estegosaurios, triceratopos, diplodocus, velociraptores, dos o tres especies inventadas en el Japón por los fabricantes de juguetes –Godzillas alados y brontosaurios de dos cabezas- ¿y que más?, de TODO: cientos de figuritas multicolores de plástico, saurios de toda era y de toda especie, atrincherados en una fila colosal de repisas, un espectáculo enciclopédico alrededor del tío, viejo calvo de ojos pequeños, que gruñía y decía, (mientras el pterodáctilo combatía contra cierto tiranosaurio verde) “muere, muere, grrr, muere”.

Picoteaba el rostro del monstruo verde la boca alargada del saurio volador, hasta que, en un movimiento violento, violentísimo, se sacaba el tiranosaurio los aleteos molestos de encima. Su hocico geométrico apretaba el cuello endeble del quiróptero jurásico, que se sacudía desesperado.

Tras dejar de chorrear el cuello despedazado del pterodáctilo, tras ya ni siquiera éste agitar más sus patitas, dobló su cuello el tiranosaurio, y arrojó el cadáver con fuerza contra una muralla, que se salpicó con sangre, y tras contra la cual adherirse la criatura, caía al suelo invertida, desnucada, en una posición patética, su cadáver “Made in Taiwan”. Rugió el tiranosaurio, el triunfador. Todos los animales de las repisas supieron. Pero no podían aplaudir.

-¡Oye, deja de espiar a tu tío y preocúpate de alguna otra cosa! ¿está bien?
-Sí, abuela.

Se va el niño, que deja de mirar por la cerradura. Nos quedamos a solas con el tío Ismael. Salúdenlo. Repito: él es el tío Ismael, y ésta, su colección de dinosaurios. Silencio. Escuchémoslo hablar.

El tío abría muchísimo los ojos, levantaba los párpados con fuerza. Su timbre acústico teñía ciertas palabras de una resonancia eléctrica. Estaba loco, sí, ténganlo clarísimo. Y apretaba sus dedos mientras hablaba. Sus manos huesudas y tiesas, exageradas, eran eficientemente expresivas. Transpiraba el tío. Su cabeza temblaba, pura ansiedad. Y entreabriendo la boca, mostrando algunos de sus dientes, decía, al principio nervioso:

-Todos mis juguetillos, sí, sí, todos ellos: anaranjados, verdes, amarillos, algunos moteados, otros no, el montón de criaturas de goma, pigmentadas. “Fosforescentes columnas vertebrales”. La fiereza dentada de un Tylosaurio, mírenlo.

Recorro las escamas artificiales, éstas superficies agrietadas, con mis dedos como pies. Veo sus hocicos y sus gargantas oscuras, aprieto sus vientres huecos, arrastro mis huellas digitales sobre la textura de los relámpagos, sus rodillas arrugadas, la dentadura de serruchos, gruño, soy yo y el dinosaurio, SOY un dinosaurio. Sí, sí. ... mi dentadura afilada, desgarra esas carnes verdosas. Soy el depredador, el mejor depredador, el mejor...

Se abraza de sus rodillas, y se queda así, un rato largo. Ya se le va a pasar. Apaguemos el foco de arriba. Bien. Ahora conocen al tío Ismael.

Buenas noches.

Que descansen.

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