I. LA HORA DEL TÉ
El monstruo prehistórico aletea intentando aterrizar en la torre del castillo. Acaba de freír con su visión de rayos láser a dos gigantes enfurecidos y está cansado. Los viajeros desmontan del lomo de la criatura y miran a su alrededor: las praderas refulgen haciendo gala de un verde intenso, gentileza de una reciente llovizna.
Recuerdan aún con nitidez como los cabellos enredados en el pecho de los gigantes se chamuscaban inflamables, los volumétricos párpados calcinándose, las destrozadas uñas de los pies carbonizándose.
¿Que hora es? Uno de ellos, que lleva un reloj de pulsera digital TIMEX, indica que es la hora del té. Tienen bolsas de té, pero no agua caliente, ambos lo saben y no hace falta decirlo. Descienden por las escaleras de caracol en busca de los dueños de casa.
Los pasos retumban en las escaleras de piedra. Las torres son altas y demoran unos buenos minutos en hallar algún pasillo que los lleve hacia el interior.
Adentrándose en el castillo se topan con una colección de sombreros colgando del muro. Se los prueban y prosiguen su búsqueda de los dueños de casa con un Cucalón y una gorra de aviador sobre sus cabezas. Jamás hubiesen imaginado lo que ocurriría a continuación.
II. ESTACIÓN DE SERVICIO
El señor Cucalón y el galante y gentil Aviador son dos veinteañeros desgreñados, visten pantalones y polerones de buzo y les gusta poner bombas. En este momento se encuentran desayunando en una estación de servicio TEXACO acompañados por un gorila silencioso. El señor Cucalón juega a hacer sonar la tapita de un jugo de papaya envasado, y el señor aviador lee un libro sobre dispositivos de fabricación casera.
Estacionado afuera, embarrado y cubierto de polvo, el robot gigante en el que viajan enfría sus motores.
El gorila, estático, se dedica a observar el paso esporádico de automóviles en la carretera.
Cucalón -como es llamado gracias al sombrero que generalmente cubre su cráneo- siempre muy preocupado de la hora y del clima, está en conocimiento de que son las once de la mañana. Hace cuarenta y cinco minutos había muerto el amor de su vida ¿Cómo pudo ser tan estúpido? ¿Valía la pena vengarse? No era una decisión fácil. De todos modos estaba en una posición poco ventajosa. Por otro lado ¿Qué hacer con el gorila?. Arrojó el envase vacío a un basurero plástico. Un golpe hueco. El señor aviador se veía aún absorbido por la lectura.
III. UNA PROPUESTA RAZONABLE
Enunció el hombre con la gorra de aviación "El té me ayuda a despejarme dotándome de cierta lucidez, pongámosle una bomba a este edificio apenas hayamos dejado vacías nuestras tazas: hagámoslo volar en pedazos y escapemos antes de fallecer en la explosión, en nuestro pterodonte volador que tira rayos láser por los ojos". Su interlocutor estuvo de acuerdo, y así lo hicieron.
IV. EL HERVIDOR ELÉCTRICO
Están en una cocina. El pterodonte los espera en una de las torres del castillo. Una colegiala enfundada en un breve jumper pone a hervir agua en un hervidor eléctrico.
Cucalón le mira las piernas. El gentil aviador revisa una pequeña biblioteca ubicada a un costado de la cocina. Títulos de libros para cocinar y uno sobre el arte del bonsai. "Está sola en el castillo, mira ese cuerpecito" piensa Cucalón, absorbido en pensamientos paulatinamente más perversos. La chica en cuestión se llama Margarita y ese día no había ido a clases.
El joven con la gorra de aviación juega con las bolsitas de té entre sus manos, meditando sobre cierta lascivia contenida, notoria en la adolescente. "Es menor de edad" se repetía ansioso. Eso no importó mucho después, claro está, cuando la jovenzuela demostró ser incontrolable. "Está poseída por Satán" fue la conclusión en aquel momento pornográfico en que aprendieron a temerle.
Pero por ahora el aviador leía la etiqueta de las bolsas de té. Después -y aún no lo sospechaban- tendrían que matarla.
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