Ian Fleming se luce con sus descripciones de personajes. El primer encuentro entre James Bond y Goldfinger es un excelente ejemplo: se trata de un párrafo de literatura texturada con habilidad y gracia. El despiadado fetichista del oro funciona con motor propio.
"Cuando se paró, lo primero que impresionó a Bond fue su configuración desproporcionada. Era un hombre pequeño, con no más de 1.50 m. de estatura. Sobre sus piernas de campesino y el tronco grueso, tenía una cabeza redonda como incrustada en los hombros. Parecía hecho con pedazos de cuerpos de otros hombres, como un rompecabezas. Ninguna de sus partes lucía de acuerdo con las demás. Bond pensó que el afan que demostraba por broncearse cuidadosamente era sólo para disimular su fealdad, sin ese tono dorado, su piel tan pálida se vería grotesca. La cara bajo el cabello rojo, muy corto, sin ser fea, era tan sobrecogedora como su cuerpo. Tenía como forma de luna, la frente alta, las cejas delgadas, muy rubias sobre sus grandes ojos azules y pestañas sin brillo. La nariz aguileña sobresalía entre los pómulos altos y las mejillas musculosas. Su boca era delgada, completamente recta, pero bien delineada. El mentón y la mandíbula le daban carácter. Para resumir, era el rostro de un pensador, quizá de un científico, insensible, estóico y rudo; extraña combinación, pensó Bond al detallarlo."
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