En un sillón giratorio ante el escritorio estaba sentado un anciano vestido con un traje gris oscuro, con solapas altas y demasiados botones por delante. Tenía algo de cabello blanco y canoso, que le crecía lo bastante largo como para hacerle cosquillas en las orejas. Una pelada gris pálida le sobresalía en medio del cráneo como una roca en un bosque. Y de las orejas le crecía pelusa lo bastante larga como para atrapar una polilla.
Tenía penetrantes ojos negros, con una bolsa de color marrón rojizo debajo de cada uno, rodeados de una red de arrugas y venas. Sus mejillas eran brillantes y su corta y afilada nariz tenía la marca de muchos golpes. Un cuello "Hoover" que ningún lavandero decente hubiera permitido en su local rozaba su nuez. Una corbata negra empujaba un pequeño nudo duro en la base del cuello, como un ratón listo para saltar de la cueva.
Tenía penetrantes ojos negros, con una bolsa de color marrón rojizo debajo de cada uno, rodeados de una red de arrugas y venas. Sus mejillas eran brillantes y su corta y afilada nariz tenía la marca de muchos golpes. Un cuello "Hoover" que ningún lavandero decente hubiera permitido en su local rozaba su nuez. Una corbata negra empujaba un pequeño nudo duro en la base del cuello, como un ratón listo para saltar de la cueva.
La Ventana Siniestra, de Raymond Chandler.
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